40 años de Sagunt a Escena

Con la celebración de la cuarenta edición de Sagunt a Escena, nos acercamos a la historia y la evolución del festival que cada agosto tiene lugar en la capital del Camp de Morvedre a través del relato que directores, gestores, actores y dramaturgos guardan de su experiencia en el certamen. Más de cuatro décadas de artes escénicas, crecimiento, políticas culturales y conflictos arquitectónicos para celebrar en este 2023 que el teatro continúa más vivo que nunca

5/08/2023 - 

VALÈNCIA. Desde su construcción, allá por el año 50 d.C., el Teatre Romà de Sagunt no ha dejado de acumular historias entre sus ruinas. Construcciones, derrumbes, usos diversos según el periodo —en la Edad Media, por ejemplo, las fuentes lo describen por su función militar— y numerosas peleas entre conservadores, Academias y Consejos, enfrentados por la representación gráfica y la investigación arqueológica del teatro —los acontecimientos, se remontan a la época de los Austria, con Felipe II a la cabeza—. Con el arranque del siglo XX, las cosas no fueron mucho mejor. El edificio, prácticamente ya un monumento, cayó en la desatención casi total. De hecho, no fue hasta los años más crudos del franquismo que comenzó a utilizarse como espacio escénico. Un ejemplo de ello, el estreno de La caída de Numancia de Menéndez Pidal, de Francisco Sánchez-Castañer, o de La destrucción de Sagunto, de José María Pemán, a mediados de los cincuenta. «Clasicismo de cartón piedra al gusto del régimen», en palabras de J.M. Rambla.  

Lo que en un principio fue una utilización esporádica del espacio cambió a medida que languidecía la dictadura hacia un proyecto algo más sólido: un festival en verano con personalidad propia. Acompañado, además, por una generosa inyección económica prometida por el Ministerio de Cultura en 1978. Con Vicente Vergara y Miguel Ángel Belinchón a la cabeza, se propuso llevar a cabo un certamen «alejado del oficialista olor rancio de la época». Nacía el Festival d’Estiu al Teatre Romà de Sagunt. Se estrenaba una versión de Las Bacantes de Eurípides, adaptada por Fernando Savater, y se recurría al repertorio musical del momento con las actuaciones de cantantes como Lluís Llach, Serrat u Ovidi Montllor

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En paralelo, la huella del tiempo ponía de manifiesto las malas condiciones de conservación del teatro, pese a una línea más o menos regular de subvenciones, que culminaría con el proyecto de restauración a cargo de los arquitectos Grassi y Portaceli. En ese momento, el Festival d’Estiu había cedido su lugar y su título a Sagunt a Escena; las túnicas de un icono pop como Demis Roussos, uno de los platos fuertes de la época, dejaban sitio a renovadores del teatro español como José Luis Gómez, con una versión de Edipo Rey, o a una remozada Compañía Nacional de Teatro Clásico que ponía en escena una adaptación de Aristófanes a cargo de Francisco Nieva.

La identidad de un monumento, el despegue del Festival

Los noventa comenzaron con la ejecución del proyecto de restauración arquitectónica, quizá una de las grandes polémicas que han sobrevolado la historia reciente del Teatre Romà. Para muchos intelectuales de la época, lo que esta operación ponía en jaque era el patrimonio sentimental del lugar, algo que chocaba con lo que Luis Fernández-Galindo definía como arquitectura neorrealista pergeñada por Portaceli y Grassi. La publicidad institucional del momento, sin embargo, destacaba «la identidad de un monumento, la esencia cívica y volumetría arquitectónica del cuál invitan a consagrar al teatro como el gran símbolo de cohesión social y democrática de la cultura».

Ese símbolo recibió las visitas de colosos como Miguel Narros, vindicaciones de la cultura mediterránea como la versión de Xarxa Teatre del Veles e vents de Ausiàs March y una cierta insistencia por la programación de los astros del flamenco más populares durante los noventa, de Antonio Canales a Joaquín Cortés. En cualquier caso, lo cierto es que bucear por los archivos de programación del Festival granjea no pocas sorpresas, ya sea a partir de compañías extranjeras que cruzan el Atlántico para trasladar a Sagunt su visión de los clásicos —la versión cubana del Calígula de Albert Camus—, la peculiar alianza entre Francisco Rabal y Enrique Morente para dotar de una nueva vitalidad a los versos de Lorca, o esa figura, la de Rafael Álvarez El Brujo, sin la que resulta difícil explicar en qué consiste poner en escena un texto clásico. 

Roberto García, director adjunto de Teatro y Danza del Institut Valencià de Cultura, ente del que depende la gestión del Festival, recuerda en estos términos su primera ocasión como espectador en Sagunt, cuando «todavía no se había llevado a cabo la intervención arquitectónica, de manera que aún era un teatro romano agreste. Podías ver la montaña de fondo, sentir el calor de la piedra…». De esa primera toma de contacto conserva el recuerdo de una función con Javier Gurruchaga y la sensación de ser testigo de un enclave único. Para muchos de nuestros dramaturgos más consolidados, Sagunt fue lugar de peregrinaje, antes que escenario. De creer, casi, en la mística que tiene la subida nocturna hasta alcanzar la entrada del Teatre, palpar la piedra de las gradas nuevas y observar, con la vista repartida en dos puntos de atención, cómo cae la noche más impresionante sobre una escena que parece transportarnos al inicio de todo. Cuando la capital del Camp de Morvedre vivía la época de Augusto y Tiberio.

Un lugar impregnado de una energía especial

Asun Noales, bailarina y coreógrafa de la compañía OtraDanza, explica en qué consiste esa sensación: «Sagunt a Escena es un regalo para los sentidos, tanto del que baila como del espectador que viene a ver la programación. Bailar al aire libre, en un teatro romano como este, es un lujo. Su historia se respira en sus piedras. Arriba, en la montaña, en un lugar privilegiado, con esa brisa, esa energía, en un lugar tan bien escogido por los romanos para celebrar las artes, que lo hace único. Y cuando ves al numeroso público que llega a esa grada imponente, que te rodea y te hace sentir grande y pequeña al mismo tiempo».

Noales recaló por primera vez en Sagunt en 2001, con el espectáculo Eva Milenio, de la desaparecida compañía Vicente Sáez. Regresó en 2003 y 2005 con su anterior compañía Patas arriba, interpretó a personajes clásicos como los de Isolda o Juana I de Castilla y, también, junto a dieciocho bailarines y 103 músicos de la Jove Orquesta de la Generalitat Valenciana una versión de La consagración de la primavera de Stravinsky. «Venir a Sagunt es más como vivir una experiencia. Ya antes de llegar a la grada has tenido que subir, suele hacer calor, al llegar te acomodas y notas esa brisa que siempre suele soplar ahí arriba, ves el fascinante paisaje y después te dejas impregnar por el espectáculo. Es magia», afirma la coreógrafa.   

En términos parecidos reflexiona Germán J. López, rostro visible de la compañía Chicharrón Circo Flamenco, cuyo proyecto Sin ojana visitó el OFF Romà en 2021, cuando todavía estaban presentes las restricciones por la crisis sanitaria. A caballo entre Sevilla y Córdoba, López explica cómo llevó a cabo un sondeo entre festivales de referencia a los que dirigirse para proponer su espectáculo. Su concepto, que maridaba circo y flamenco, buscaba cómo encontrar cabida entre los espacios diversos que se han desarrollado al amparo del festival. «Finalmente, actuamos en Port de Sagunt, en un día con mucha humedad, y se podía notar la consistencia de un público fiel y participativo, además del ambiente respetuoso que se generaba alrededor de la zona en la que tenía lugar el espectáculo. Y eso, como artista, te proporciona una cobertura y una inspiración muy potentes, porque no tienes que generar por ti mismo un ambiente. Está ahí, forjado durante mucho tiempo y muchos espectáculos, y entre todos te hacen sentir partícipe de ello».   

Con todo, Sagunt a Escena no ha vivido aislado del capricho político de las sucesivas administraciones, ya sea a través de recortes presupuestarios, desnaturalizaciones temáticas o de la competencia imposible con proyectos mastodónticos como aquella Nau de Sagunt que en algún momento fue emblema del gobierno de Eduardo Zaplana, con la complicidad creativa de Consuelo Císcar. Aquella nau de las locuras, como la definió en estas mismas páginas Carlos Aimeur, fue el laboratorio ideal de cierta política cultural valenciana. En efecto, vinieron Peter Brook y el Piccolo Teatro de Milán, Robert Lepage y Núria Espert, pero también se financiaron espectáculos colosales como aquellas Comedias bárbaras de Bigas Luna o Las troyanas en versión de La fura dels Baus e Irene Papas —a razón de más de dos millones de euros de gasto por cada una de ellas—. Algo que, en fin, demostró la mecha tan corta de esa clase de políticas y la ausencia de estructura y apoyo a esa otra creación orillada por la falta de presupuesto. 

Ya en su última edición al mando, en 2019, el desaparecido Juan Vicente Martínez Luciano lamentaba los recortes presupuestarios que atenazaban al Festival, reivindicando de paso el trabajo de programación y la idea rectora de ofrecer al público una muestra viva de los clásicos grecolatinos, manteniendo el espíritu con el que había nacido Sagunt a Escena. 

Un proyecto escénico más vivo que nunca

Este 2023 marca la tercera edición de Sagunt a Escena capitaneada por Inma Expósito. Situada en un escenario todavía en fase de montaje, la directora del Festival cuenta cómo el reto inicial al asumir el cargo era mantener su historia y prestigio, fomentando de paso la creación de nuevos públicos. «En los últimos dos años hemos vivido marcados por una pandemia y las restricciones que llevaba asociadas, desde limitaciones de aforo a cambios en los horarios debidos al toque de queda». Esto, sin embargo, no ha sido un obstáculo para conseguir encauzar el proyecto, fomentando sinergias con otros certámenes teatrales de verano —fruto de ello, la actuación de l’Arpeggiata, Christina Pluhar y Maria del Mar Bonet, en colaboración con los festivales de Pollença y Torroella de Montgrí—, adecuando la programación a una serie de propuestas sociales e inclusivas. 

Inma Expósito explica que «cuidamos mucho estar presentes tanto en Sagunt como en Port de Sagunt, lo que se programa en el Teatre y lo que forma parte de los espacios no convencionales, porque queremos que las actividades lleguen a todos los públicos, desde los más jóvenes a las familias, pulsar sus inquietudes a través del circo, la música o la danza, y hacerlo en funciones abiertas y gratuitas». Así, en esta edición se fomenta el trabajo en los espacios del OFF Romà, con la intención de que, literalmente, el público local se encuentre con los espectáculos y a toda esa gente que acuda a Sagunt se le pueda descubrir todo el patrimonio del lugar y su íntima conexión con el teatro.  

Para Jaume Policarpo, capo de Bambalina Teatre Practicable, el Teatre Romà es «un espacio muy particular con unas características concretas por todo lo que representa, también simbólicamente. Como profesional, y como amante del teatro, te impresiona estar trabajando en un sitio en el que se llevaban a cabo representaciones hace casi dos mil años». Este año, su compañía es la encargada de abrir el festival con su versión de Èdip Rei, retomando la estela de la adaptación de Hamlet que se pudo ver hace varias ediciones. «Hemos rehecho el montaje, con más actores, música en directo del coro ad libitum de Quart de Poblet, añadiendo elementos que refuerzan el carácter ritual y la capacidad metafísica de estas obras de teatro de la Grecia clásica que eran, a su manera, un recurso para dialogar con los dioses». 

Asun Noales comparte la misma opinión, pero añade a propósito del trabajo de producción en el Teatre Romà que «antes de la llegada al espacio, ya en los ensayos, hay que tener una visión abierta y una capacidad de adaptación a los diferentes espacios. Cada teatro es un lugar nuevo para una obra, habitar los espacios me fascina y en este caso me parece aún más apasionante. En Juana, utilicé todo el espacio, abrimos el escenario al máximo, los dieciséis intérpretes que bailábamos más los cinco percusionistas invadimos literalmente el Teatre Romà. Abrí hasta la chácena y Juana desaparecía por el fondo de escena, pudiendo ver todo Sagunt al fondo. Fue maravilloso». 

Igualmente, recuerda que con la Consagración de la Primavera, la orquesta se colocó en el semicírculo del foso y los dieciocho jóvenes bailarines impregnaron de energía las piedras del Romano. La experiencia siempre ha sido fascinante y las obras crecen en estos entornos arquitectónicos. La historia da peso a la interpretación. Alimentarte de la arqueología te hace coger mucho cuerpo. Trasciendes hacia el pasado. Las obras se acrecientan aquí».

Inmerso en la preparación de su obra, Policarpo afirma que «trabajamos sobre el espacio real del teatro. Al ser una tragedia, el escenario del Romà ya es, prácticamente, el que proponía originalmente la obra. La ubicación del coro surge de manera natural, también la situación del público, que hace las veces del pueblo de Atenas». Algo especial, que busca esa conexión con el ritual de asistir cada verano y el peso histórico que acumula el lugar. «El teatro es tan perceptivo, que depende de esa catarsis colectiva, de la disposición general del ánimo y la sensibilidad con la que se entre al espectáculo», sentencia. 

La transversalidad de la programación es el objetivo reivindicado por Roberto García, quien sostiene que «sin perder esa raíz grecolatina, el festival ha sabido abrirse a propuestas tanto clásicas como contemporáneas, compañías valencianas, nacionales e internacionales y diferentes lenguajes escénicos». En suma, el equilibrio entre propuestas y públicos que reflejan una diversidad y, sobre todo, una visibilidad de Sagunt como ciudad a través de los diferentes escenarios que integran el certamen. El futuro, para Inma Éxposito, pasa por seguir reforzando la presencia del público en las funciones y quién sabe si, también, atreverse con la producción de espectáculos propios. Cuarenta años después, concluye la directora, «el Teatre Romà está más vivo que nunca». 

* Este artículo se publicó originalmente en el número 106 (agosto 2023) de la revista Plaza

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