Una de las grandes cuestiones de la economía y la antropología es saber por qué en unos países se vive bien, con altos niveles de ingresos y desarrollo tecnológico y, en otros, en cambio, la renta per cápita apenas permite sobrevivir y es prácticamente imposible cualquier tipo de serenidad patrimonial futura más allá del fin inevitable.
Se ha intentado explicar con teorías falsas y peligrosas como las que justifican la superioridad racial o las más elaboradas, pero igualmente falsas, de las diferencias culturales o las hazañas históricas. Los referentes teóricos del siglo XX fueron la reflexión pesimista de Spengler en La decadencia de occidente y la obra más abierta y luminosa de Toynbee en su Estudio de la Historia. Pero ambos postulados más que explicar el porqué, describieron el cómo.
El libertarismo de Cascadia que derivó en trumpismo está encantado de apropiarse de cualquier teoría que culpe a los pobres de su propio destino
En el año 2011, el economista turco-norteamericano Daron Acemoglu publicó Por qué fracasan los países, un libro que se hizo bastante popular. Para Acemoglu, que entre otras cosas es profesor del MIT y ganador de un premio de la Fundación BBVA en 2016, la razón de este desequilibrio es básicamente cultural, debido a la existencia de instituciones que impulsan unas potencialidades en determinados lugares mientras que en otros, al no existir, los condenan al atraso. El progreso tecnológico, el círculo virtuoso de la inversión, el empleo y el crecimiento se apoyarían en la existencia de una estructura legal que asegura y estimula dichos avances.
La teoría no acaba de explicar las causas determinantes de esas instituciones, que no son solo la casualidad o el acierto de unos grandes hombres. Y claro, el libertarismo de Cascadia que derivó en trumpismo está encantado de apropiarse de cualquier teoría que culpe a los pobres de su propio destino.
Desde otra visión, Jared Diamond publicó, en 1997, su éxito editorial Armas, gérmenes y acero, que ganó el Pulitzer al año siguiente y que es sin duda uno de los referentes de la cuestión. Diamond es geógrafo, antropólogo y biólogo evolucionista, profesor en Cambridge y en la Universidad de Los Ángeles y lleva publicando sobre este tema desde 1991 —como su otro éxito editorial: Colapso: Por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen— donde suele demostrar que sabe de lo que escribe. Y su teoría es bastante atractiva.
Para Diamond, la cultura no es la causa sino la consecuencia, y son las diferencias materiales de origen las que hicieron que determinados estados y civilizaciones alcanzaran un nivel tecnológico acumulativo que se tradujo en que, por ejemplo, Europa conquistara América y no al revés. Causas materiales como un clima estacional estable, la existencia de especies animales y vegetales que permitían la domesticación y la existencia de un patrón geográfico horizontal en Eurasia —del que carecen otros continentes pautados verticalmente— condujeron a la aparición de civilizaciones más y más poderosas que desarrollaron la agricultura, la ganadería y los metales principalmente y que aportaron el diferencial tecnológico que facilitó su expansión naval y terrestre, con la inclusión definitiva de la guerra y las epidemias —de ahí el título del libro— que fueron claves para la definitiva ascensión y prosperidad de los imperios euroasiáticos.
El crucial lapso de tiempo desde el preneolítico hasta la era de los imperialismos está reflejado en su capítulo más representativo: Del Edén a Cajamarca. Y dejo al lector curioso que indague por qué la batalla de Cajamarca es un símbolo explicativo del punto de inflexión en este asunto.
Y no se trata de un esquema determinista, en absoluto. La respuesta acumulativa que una sociedad adopta respecto a los desafíos ecológicos y de uso de los recursos nos encamina a la solución y la prosperidad o al lado oscuro de la historia. Porque el futuro siempre está por escribir.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 115 (mayo 2024) de la revista Plaza