Protegida por la Table Mountain y bañada por una luz austral, casi mágica, Ciudad del Cabo hechiza con su riqueza cultural y su espíritu multirracial
24/06/2023 -
VALÈNCIA. Por delante tengo quince horas de avión —contando la escala en Ámsterdam— para llegar a la ciudad más meridional de África, pero también a un destino que me robó el corazón hace ya algunos años y al que le prometí volver. Recuerdos que me vienen a la memoria cuando estoy sentada en mi asiento de KLM hacia Ciudad del Cabo y Casper, Tripulante de Cabina de Pasajeros, me pregunta: «¿Primera vez viajando a Sudáfrica?». Dudo, pero, con una sonrisa que no puedo ocultar, le digo que hace unos años pasé una temporada allí. Y al decirlo me viene la duda: ¿me decepcionará? Porque, como cantó en Peces de ciudad el maestro Sabina: «Al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver». De momento, estoy feliz, degustando unos quesos holandeses con una copa de champán y entablando una conversación con mi compañero de asiento. Parece que el vuelo de KLM a Ciudad del Cabo va a ser placentero.
Y entre conversaciones, películas —del propio avión, y eso que tenía varias en mi ordenador—, alguna cabezadita y una comida que gratamente me sorprende, escucho el ansiado anuncio: «En breves momentos aterrizaremos en el aeropuerto de Ciudad del Cabo». Y el primer susto del viaje en el control de policía: ¡no encuentro mi pasaporte! Vacío la mochila, respiro y, después de unos cinco minutos, lo encuentro. Su cara y la mía cambian del miedo a la alegría en cuestión de segundos y hasta me entran ganas de abrazarle. Ahora sí, ya estoy en Sudáfrica. Al salir hay personas ofreciendo el servicio de taxi, pero se aconseja pedir un Uber. Así lo hago para llegar al alojamiento y descansar.
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Una ciudad multicultural
Mi alojamiento está en Green Point, muy cerca del Cape Town Stadium, donde aquel gol de Villa en el minuto 63 llevó a España a ganar su primera Copa del Mundo en el Estadio Soccer City de Johannesburgo (2010). Hoy, y después de algunos cambios, es el estadio del equipo de rugby de DHL Stormers. De hecho, hoy hay partido y los alrededores son una fiesta —ir a un partido de rugby es una experiencia única, aunque no sepas nada de este deporte—. Desde aquí, y para llegar al centro de Ciudad del Cabo, se puede coger el tranvía, el Uber y los llamados minibus taxi. Opto por estos últimos. Por así decirlo, es una furgoneta que recorre las principales avenidas y hace luces por si quieres subir. Entonces, tú le gritas donde quieres ir y, si tiene sitio, se detiene y subes (son 15 rand). Bueno, y si no lo crea, porque intentan maximizar el viaje, aunque tú vayas como una sardina enlatada. Y así de apretujada, escuchando a dos mujeres hablando xhosa y a una pareja conversando en afrikáans, llego hasta el centro. Por supuesto, de fondo, música africana.
Precisamente ese mestizaje es el que me gusta de Ciudad del Cabo, como también esa capacidad de mezclar lo tradicional del continente africano con lo moderno de cualquier ciudad europea. Sí, porque al bajar del minibus taxi en una de las calles del centro —conocido como City Bowl— escucho de fondo a un coro africano que capta mi atención y me lleva hasta ellos, casi como el flautista de Hamelin. Cantan y bailan en Greenmarket Square, una plaza que antaño fue un mercado de esclavos y que hoy es un mercadillo donde comprar souvenirs. Tengo muchos días por delante, así que ya haré las compras en otro momento.
Un pasado que lo voy descubriendo a través de su arquitectura, que parece un caleidoscopio, con estilos que van desde el art déco, a victorianos e incluso a modernos rascacielos, ubicados en el distrito financiero y que, por cierto, salieron en El señor de la guerra. Un paisaje que confluye en la bulliciosa y mítica Long Street, donde conviven edificios victorianos, fachadas coloristas de locales de ocio y restaurantes, hoteles chic y varias mezquitas, como Noor El Hamedia Mosque y Palm Tree. Por así decirlo, Long Street es el corazón de la ciudad.
Un paseo en el que no hay que olvidar un edificio de gran simbolismo: el City Hall, donde Nelson Mandela se dirigió a la nación tras su liberación, en febrero de 1990 y, posteriormente, en 1994, cuando el ANC ganó las elecciones y Mandela se convirtió en el primer presidente elegido democráticamente de la Nación Arcoíris.
Y es que, venir a Ciudad del Cabo es hablar de un periodo de la historia que hay que recordar para que no se vuelva a repetir: el apartheid; el sistema de segregación racial en Sudáfrica —y Namibia— que estuvo en vigor hasta 1992. Un sistema político y social que otorgaba derechos diferentes para blancos y negros: los negros no podían votar, tenían escuelas y hospitales separados y las relaciones interraciales estaban prohibidas.
Un hecho histórico que descubro a través de un free tour y que concreto frente a dos bancos que hay situados frente a un edificio público, uno para los blancos y otro para los negros. Son unas réplicas, pero siento una punzada en el corazón. Y más, cuando la guía te cuenta que aquí la autoridad pública certificaba la raza a la cual pertenecía una persona y relata historias de gente cercana a ella.
Historias que te rompen el alma y un pasado que ahondo al finalizar el tour, en el museo District Six, nombre de uno de los barrios donde convivía una heterogénea población de negros, indios, mestizos y afrikaners. Sin embargo, en los años setenta fue clasificado como una zona exclusiva para la población blanca y sus residentes, unos 60.000, expulsados del barrio a las townships. ¿La razón? Su posición estratégica entre el puerto y el centro de la ciudad.
Un día intenso que termino en uno de los restaurantes de Long Street, disfrutando de una Black Label y una cena a base de carne de avestruz.
Mandela y su lucha por la igualdad
Hoy voy a seguir los pasos de Nelson Mandela y, para ello, me acerco al Victoria & Alfred Waterfront, el centro comercial de la ciudad y desde donde parten los ferries a Robben Island, que se sitúa a media hora de distancia. La primera parte de la visita se hace en autobús, recorriendo lugares como el cementerio de leprosos, la cantera de piedra caliza donde los presos realizaban trabajos forzosos —incluido Nelson Mandela—, la iglesia del Buen Pastor y construcciones que tuvieron diversos usos durante la Segunda Guerra Mundial.
Luego, y para mí lo más interesante, visitas el interior de la Maximum Security Prison. En ella, un expreso político explica sus vivencias, algunas realmente duras, mientras visitas las instalaciones, como los comedores, los baños... y fotografías, uniformes y grilletes me ayudan a hacerme una idea de cómo funcionaba la cárcel. Pero es al llegar a las celdas, cuando te das cuenta de lo que supuso Robben Island y, en concreto, al ver la número 466/64, donde Madiba cumplió parte de su condena: un pequeño y húmedo espacio, de 2,4 metros de alto por 2,1 metros de ancho, con una esterilla en el suelo, una manta, una mesa y un cubo en el que hacer las necesidades.
Regreso al ferry, pero con el corazón encogido y asimilando todo lo aprendido. Al llegar al Victoria & Alfred Waterfront doy un paseo por los alrededores y luego cojo un minibus taxi para conocer Clifton Bay, conformado por cuatro playas de una arena tan blanca que asombra al verla. Allí, contemplando el atardecer, termino otro intenso día en Ciudad del Cabo.
En las alturas de Ciudad del Cabo
Último día, y con él visito el Table Mountain, de 1.086 metros de altitud y una de las siete nuevas maravillas del mundo. La falta de tiempo me lleva a subir en teleférico —me hubiese gustado repetir la ruta a pie— y, a medida que sube, las nubes me van envolviendo, tanto que en la cima parece que esté andando entre ellas. Una capa de nubes que me impide tener la típica foto de la ciudad, pero que, a nivel sensorial y experiencial, es una maravilla, como si estuviera flotando a más de mil metros de altura. De hecho, camino por su cima unas dos horas, disfrutando de ese escenario natural que me sobrecoge.
Al bajar del Table Mountain visito Boo Kaap, un pintoresco barrio que me recuerda a Cuba. No solo llama la atención el color de sus casas, sino también sus calles empedradas, la presencia de mezquitas (el 90% de sus vecinos son musulmanes) y el pausado deambular de sus habitantes. Un barrio que se construyó para alojar a los esclavos procedentes de diversos puntos de Asia (Malasia, Indonesia, India o Sri Lanka) que llegaron a Ciudad del Cabo en los siglos XV y XVI. Durante el apartheid fue una zona exclusiva de residencia musulmana, de ahí que esa tradición llegue a nuestros días. Sobre el porqué del color de las casas no te puedo contestar, pues no se sabe a ciencia cierta, aunque se dice que se pintaron las casas durante una de las preparaciones de la fiesta del Eid (fin del Ramadán).
Las horas pasan más rápido de lo esperado, así que voy a mi alojamiento y me cambio de ropa. Es el momento de despedirme de la ciudad desde la cima del Lion’s Head, así que emprendo esa ascensión que termina justo cuando el sol se esconde en el mar. Sentada en una roca, admirando ese momento del día y viendo cómo, poco a poco, la luna ilumina el firmamento, sonrío porque Ciudad del Cabo me ha vuelto a regalar un viaje increíble, por la ciudad en sí, la gente que he conocido y porque he encontrado lo que buscaba. No es un adiós, porque mañana iré al cabo de Buena Esperanza —eso te lo cuento más adelante—, pero quizá es un hasta luego que, esta vez, no sé si podré cumplir.
Ciudad del Cabo, Sudáfrica
¿Qué hacer en Ciudad del Cabo?
Visita sus parques
En el centro histórico se encuentra Company’s Gardens, un parque con higueras de la India, bambús y otros frondosos árboles tropicales. Allí se localizan los edificios blancos del Parlamento, el Ayuntamiento, la Biblioteca Nacional, la Galería Nacional de Arte o el South African Museum. Pasear o comer algo mientras ves a las ardillas corretear es algo muy sudafricano. Muy interesante también es visitar elJardín Botánicode Kirstenbosch en Ciudad del Cabo es el jardín más grande y bonito de Sudáfrica y el único del mundo.
Otra de las opciones en Ciudad del Cabo es visitar la catedral de St Georges, un edificio de piedra y estilo neogótico que recuerda los templos anglicanos. En sus puertas, el clérigo y pacifista sudafricano Desmond Tutu utilizó por primera vez el término «arcoíris» para calificar la diversidad de pueblos de Sudáfrica. Además de su importancia histórica, merece la pena entrar para ver sus espectaculares vidrieras.
¿Cómo viajar a Ciudad del Cabo?
Cómo llegar: La compañía KLM vuela directo a Ciudad del Cabo desde Ámsterdam. Además, como KLM opera también desde el aeropuerto de Manises, la combinación Manises-Ámsterdam - Ciudad del Cabo se puede hacer con la compañía holandesa fácilmente. El trayecto en total dura unas quince horas.
Moneda: El rand sudafricano. 1 rand equivale a 0,047 euros.
¿Cuál es la mejor epoca para viajar a Ciudad del Cabo? Cualquier época del año es buena, pero un momento perfecto para visitar Ciudad del Cabo es entre Marzo y Mayo, aunque si eres un amante del vino la mejor opción es otoño.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 104 (junio 2023) de la revista Plaza
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