VALÈNCIA. Agbogbloshie era, hace un año, el nombre del mayor mercado mundial de chatarra y deshechos electrónicos. El barrio, situado al oeste de la ciudad de Acra, capital de Ghana (África), poseía el principal vertedero electrónico del mundo. En junio de 2021 Henry Quartey (ministro regional del Gran Acra) ordenó el desmantelamiento de Agbogbloshie y ejecutó uno de los puntos fuertes de su agenda electoral: «Hagamos que el Gran Acra funcione».
En la madrugada del 1 de julio, los chatarreros empezaron a recibir llamadas y mensajes de alarma: «La policía viene camino al vertedero». Todos, allí, sabían que era cuestión de tiempo y, a los pocos minutos, la policía ghanesa entró en el vertedero para evacuar violentamente a todos los que allí se encontraban. El espectáculo fue dantesco… Los policías disparando balas de goma, personal de seguridad lanzando botes de gases lacrimógenos, excavadoras demoliendo todo a su paso y las cámaras del gobierno retransmitiendo «la toma de posesión de Agbobloshie», para que toda la gente pudiera seguir el «espectáculo» en sus redes sociales.
El gobierno que preside John Agyekum Kufuor no tardó en defender su acción sobre el vertedero y tildar el desmantelamiento como un «éxito rotundo». Sin embargo, en ningún momento se tuvo en cuenta el impacto social y económico que esta decisión tendría sobre el barrio de Agbogbloshie. La falta de aviso y la violencia ejercida por las autoridades fue tildada de «inaceptable» por parte de los vecinos, sumado a la cantidad de familias que perdieron lo poco que tenían y que, de un plumazo, vieron como su único medio de subsistencia se desvanecía tras las ruedas de una máquina excavadora. «Hubiéramos podido reubicar nuestros bienes si el gobierno hubiera avisado. Sin embargo, lo perdí todo. No respetaron ni a nada ni a nadie», dice Babatunde. El día del derribo, muchos chatarreros lo perdieron, absolutamente, todo: sus bienes, su lugar de trabajo, sus rutinas y, como muchos dijeron, su dignidad. «Fue una experiencia aterradora. Golpearon a mis amigos y a mí me dieron con un arma por la espalda. Tuve que recibir tratamiento», recuerda Ustaz, chatarrero de Agbogbloshie. El vertedero constituía el medio de vida de miles de personas en la zona, por lo que el desmantelamiento inmediato puso en una situación de gran vulnerabilidad a todas aquellas que trabajaban con la chatarra y a las que lo hacían en el mercado situado junto al vertedero.
Agbogbloshie ha atraído la atención occidental a largo de estos últimos años y ha sido un lugar clave para la ciencia y un foco importante para el periodismo internacional y para las ONG’s internacionales relacionadas con el medio ambiente. 'Cementerio electrónico', 'el basurero digital', 'infierno electrónico en la tierra'… son algunos titulares de artículos escritos en torno al centro de la chatarra en Ghana. El trabajo infantil, la nube tóxica y las enfermedades derivadas de esta, han acaparado portadas de cientos de medios comunicación. El revuelo y la notoriedad adquirida fue una de las múltiples causas que provocó que el gobierno de Acra ordenara su demolición, ya que este lugar le daba al país un «mal nombre».
Después de un año, la situación ha empeorado. El barrio sigue muy empobrecido y toda la actividad que había en el vertedero de Agbobloshie se ha intentado trasladar a Teacher Mante, a 75 km de su antigua ubicación. «No han avanzado nada. El gobierno piensa que esto es todo basura, y no es así. A mi esta chatarra electrónica me ayudó a construirme una casa y a dar de comer a mi familia», comenta Fatau, de 32 años, y cuyo trabajo se vio afectado por la demolición. Muchos chatarreros han decidido trasladar su trabajo a las casas de la vecina Old Fadama, y siguen manipulando la chatarra de igual manera que hicieron en el antiguo vertedero: «En Fadama está todo muy congestionado. El depósito de chatarra era lo suficientemente grande para acomodarnos a todos. La falta de espacio imposibilita mi trabajo», dice Abdullai, un recolector de chatarra.
Queda probado que la demolición del depósito de chatarra de Agbogbloshie no solo destruyó un tejido industrial vital, sino que también deshizo años de intervenciones de ONG’s y organizaciones de ayuda para mejorar las condiciones de trabajo, salud ambiental y los problemas financieros derivados del trabajo de los chatarreros. Sin ir más lejos, la organización alemana de desarrollo GIZ invirtió veinticinco millones de euros para la construcción de un centro de salud, un nuevo lugar para la formación técnica para apoyar el cultivo como medio alternativo, y construyó un nuevo campo de fútbol. Permanecían activos estudios de investigación y proyectos piloto que tenían como objetivo crear una gestión sostenible de los deshechos electrónicos a través de sistemas integrados de comercio y reciclaje.
La imagen dominante en Ghana sigue siendo la misma sobre la gente que trabajaba en Agbogbloshie: personas que trabajan con basura y destrozan el medioambiente. Nunca se ha considerado a estos trabajadores como personas que contribuyen al buen funcionamiento de una economía circular, sino que se les ha visto como la representación clara de la pobreza y el deterioro en la capital. Una cosa está clara, y es que el país va a seguir recibiendo, desde occidente, miles de contenedores al año con deshechos informáticos y será momento de plantearse: ¿es mejor demoler y destruir los vertederos, o gestionar mejor la situación con los recursos que dispones?
* Este artículo se publicó originalmente en el número 101 (marzo 2023) de la revista Plaza