La pintura libre brotó de las paredes de las ciudades valencianas como uno de los ejes de la cultura hiphop. Hoy en día, es arte urbano de primera magnitud. Los castellonenses MC Alberto y Sergio Esteve trazan su historia en un monumental libro
24/03/2024 -
VALÈNCIA. Alberto Ramos Lizana (Castellón, 1976), el músico, activista e investigador a quien todo el mundo conoce como MC Alberto en el ámbito de la cultura, apenas tenía siete años cuando acudió al cine Azul de Castellón para ver Beat Street (1984), la película norteamericana que dramatizaba los orígenes del hiphop. Aquel nuevo lenguaje que se fraguaba en las calles de Nueva York. Eso le cambió la vida. Filmada en las calles del Bronx, plasmaba con realismo los cuatro ejes sobre los que se asentaba una cultura floreciente, que entonces apenas podía imaginar que se extendería por todo el mundo y gozaría de décadas de vigencia en miles de idiomas distintos y en cualquier confín del globo: el rap (su faceta vocal), el Djing (su base musical: la parte puramente instrumental), el breakdance (su expresión bailable) y el grafiti (su vis pictórica o artística). No hablamos de una cultura exótica ni minoritaria, ni mucho menos: los lectores que superen los cuarenta y tantos años seguramente recordarán aquellos concursos de breakdance que TVE ofrecía en prime time dentro de su programa Tocata (años ochenta), o tendrán aún en cuenta que el primer espacio musical de nuestra televisión autonómica se llamó, precisamente, Grafiti, a principios de los noventa. Y el músico castellonense me recuerda que, en 1984, revistas de cine como Fotogramas y hasta juveniles como Super Pop ya dedicaban reportajes a lo que era un fenómeno social.
Tras ver aquella película, Alberto decidió consagrar su vida al hiphop, y algo similar le ocurrió al artista Sergio Esteve MAV (Castellón, 1976), con quien comparte edad, quien ya en los noventa comenzó a pintar grafitis por diversas localidades de la provincia de Castellón. Ambos han dado forma a Un viatge per les parets de Borriana a Vinaròs. Orígens del grafiti a Castelló (2023), un fastuoso libro de cuatrocientas páginas que, más que una simple historia del grafiti en su provincia, se erige en fascinante recorrido por cuatro décadas de cultura hiphop en la Comunitat Valenciana, ya que cuenta sus conexiones con la escena de la ciudad de València (incluso de Zaragoza), a través de abundantísimo material gráfico, entrevistas con artistas, músicos, periodistas, propietarios de tiendas de discos, escritores, fotógrafos y activistas de todo pelaje y condición. Es un libro esencial sobre nuestra cultura popular, que —entre otras cosas— ayuda a entender cómo esas pintadas que surgieron como espontáneo brote contracultural, al margen de cualquier jerarquía, han ido evolucionando desde el grito primario hasta la sofisticación. Hasta lo que hoy conocemos como arte urbano, perfectamente institucionalizado en localidades como Fanzara.
De la clandestinidad al museo
MC Alberto, quien ya había dedicado gran parte de sus esfuerzos a este asunto con una unidad temática para la Universitat de València en 1997 y en su trabajo para el capítulo sobre el hiphop incluido en el libro Historia del Rock en la Comunidad Valenciana. 50 años en la colonia mediterránea (2004), es consciente de haber dado voz y visibilidad a quienes apenas gozan de ellas en los grandes medios. Y, estéticamente, el grafiti era algo demasiado apetecible como para no utilizarlo de puerta de entrada al universo de la cultura hiphop. «El grafiti está al alcance de todo el mundo y se puede hacer en cualquier momento; es un fenómeno de comunicación visual, el gesto primigenio de la autoafirmación de quienes no se sienten representados y buscan el reconocimiento», me dice. Y me cuenta que todo nace «a mediados de los años sesenta, un periodo de profunda agitación social, aunque llega aquí en los primeros años ochenta a través del hiphop, como su expresión gráfica y plástica, después de que durante los setenta copara las calles y metros de Nueva York en paralelo a la relevancia que se le daba al arte de creadores como Keith Haring, Jean-Michel Basquiat, John Fekner o Richard Hambleton».
Obviamente, lo que empezó como unas simples pintadas, «manchas» que convenía eliminar de las paredes de aquellos inmuebles deshabitados que tanto se prestaban a acogerlas, acabó siendo con el tiempo un movimiento creativo y artístico que hoy goza del apoyo de las instituciones. Por algo el libro de MC Alberto y Sergio Esteve cuenta con edición del Ayuntamiento de Burriana. El camino desde la clandestinidad hasta la institucionalización ha sido largo, pero es de único sentido; no tiene recorrido de vuelta. «Hay quienes cuestionan el grafiti como movimiento antiarte, que convierte el vandalismo en movimiento artístico, pero todo esto no hace más que poner de manifiesto el temor de sus detractores a perder el poder de lo incontrolable, porque, al final, el grafiti es un hilo más del cual estirar para encontrar nuestra humanidad y no perderla en el laberinto voraz e insaciable del sistema», argumenta MC Alberto, quien abunda en la idea de que, «cuando el poder tiene algo que decir, utiliza el Estado, los medios masivos de comunicación, y todos los recursos que tiene a su alcance, mientras que las paredes son el apoyo del pueblo», y se alegra de que por fin «las instituciones se interesen y lo respeten». Por eso, celebra que «siga creciendo y gane proyección, favoreciendo el salto de la calle a los museos o festivales, gracias también a asociaciones como Indague (Asociación Española de Investigadores y Difusores de Graffiti y Arte Urbano) y personas como Francisco Reyes y Alberto Mingote, organizadores de la primera exposición dedicada a la historia de los inicios del grafiti y la cultura hiphop en un museo, que acogió el Museo Nacional de Antropología en Madrid.
Grafiti y hiphop con denominación de origen valenciano
Si algo han demostrado el hiphop y todas sus manifestaciones creativas es su maleabilidad. Su elasticidad. Su carácter fácilmente adaptable a las idiosincrasias locales. No hay reivindicación social o identitaria que no pueda expresarse a través de unas rimas y unos ritmos, o mediante un elaborado grafiti. Le pregunto a MC Alberto cuáles serían las trazas esenciales del grafiti valenciano, pero le resulta complicado adjudicarle una etiqueta. Me dice que es «una cultura poliédrica, porque cada persona lo asimila de una manera particular» y que su irrupción en localidades como Burriana, Castellón o Vila-real fue «espontánea, inocente, creando cultura hiphop de la nada». Añade un matiz importante: a diferencia de otras poblaciones españolas, aquí no contábamos «ni con una base militar americana ni con una Movida como la madrileña, que fueron canalizadoras del movimiento hiphopen lugares como Madrid».
Los principales focos de difusión de la cultura hiphop, una especie de guerra de guerrillas, fueron «los extintos cine Azul y cines Casalta, donde se estrenaron en 1984 las películas Beat Street y Breakdance, o el cine Payà de Burriana, junto a la música de importación que traían tiendas como Discos Ritmo, Discos Medicinales o Zic Zac Import Records». Y, entre los principales nombres del grafiti en la zona, destaca a «Sick de Castellón de la Plana» —en realidad es su alter ego— y a «Ato desde Burriana y Chile desde Vinaròs», todos en activo desde el periodo comprendido entre 1985 y 1987. Son solo algunos de los nombres extraídos de entre las cien conversaciones que recoge el libro, repleto de fotos históricas e imágenes inéditas. Hasta José Luis Lorente, 'el Chino', histórico batería del legendario rockero Morcillo, aparece entrevistado, ya que era el encargado de distribuir la cartelería y los pósteres de los cines castellonenses y, ya en 1980, llenó la ciudad de pintadas en memoria de John Lennon a las pocas horas de su muerte.
Paradójicamente, los dos nombres más exportables y mediáticos del hiphopvalenciano en la actualidad proceden del otro extremo de la Comunitat, de Alicante: son Nach y Arcano. Pero MC Alberto replica que «Castellón es la gran olvidada» siempre que se habla del tema en nuestra tierra. Me explica que «quizá por ser València la capital y Alicante estar muy vinculada a Madrid por el turismo, ambas alcanzaron más visibilidad», pero reivindica el protagonismo de las comarcas castellonenses: «Los castellonenses Electric Bougis Breakers ganaron el concurso A Todo Break, la sección que el programa Tocata dedicaba al breakdance, y fueron los campeones a nivel estatal», al tiempo que destaca «las conexiones geográficas» que se establecieron entre Castellón, València y Zaragoza, que fueron más intensas que las que trabó «con Alicante, Barcelona, Girona, Mallorca o Madrid», donde también las hubo, «pero en menor grado».
Otra particularidad del grafiti en Castellón es que se vio incluso impulsado desde el plano literario y académico por el escritor Joan Garí, otro de los entrevistados, quien publicó los libros Signes sobre pedres (1993) y La conversación mural (1995). «Garí es todo un referente y pionero a nivel estatal en estudiar y escribir sobre grafiti, y lo hizo desde una visión propia, desde la realidad mural y su problemática de articulación con el ciudadano de la calle», explica. Haciendo suya una frase del escritor, MC Alberto también piensa que «es grafiti si la pared donde lo haces no es un lugar legal para hacerlo, así de simple».
Cuatro décadas de una cultura que calificaban de moda pasajera
El firmante de este artículo siempre recuerda a un profesor de Literatura que tuvo en tercero de BUP que afirmó en una clase que el hiphop no tenía sentido ni recorrido fuera de las calles del Bronx. Era 1989. Tampoco es que los periodistas culturales seamos precisamente émulos de Nostradamus, pero lo cierto es que aquella profecía no pudo ser más desacertada. El tiempo lo ha demostrado. Pero es que ni siquiera quienes en aquellos lejanos años ochenta se dejaban empapar por los ritmos del hiphop y la plasticidad de los grafitis podían imaginar que, en 2024, fueran prácticas extendidas por todo el planeta. Ni siquiera aquel chaval que alucinó viendo Beat Street (1984) en un cine de Castellón. «No podía imaginar que llegaría a los niveles de hoy en día», confiesa MC Alberto. Que muchos medios de comunicación se sumaran al coro de los agoreros es algo que le espoleó. Le dio aún más impulso: «En los ochenta, luego en los noventa, después en los dos mil, había gente y medios que afirmaban que desaparecería, mal aventuraban que era una moda pasajera más, y eso quizá me llevó a querer documentarlo todo, por si tenían razón y todo aquello se extinguía», reconoce.
También asume que «antes era todo más orgánico y natural, y ahora es más bien corporativo y empresarial, aunque no del todo, porque sigue habiendo personas genuinas y puras que mantienen viva la esencia». Es lo que contábamos antes del paso de lo contracultural a lo institucionalizado: hay una vertiente más que positiva, pero siempre se pierde algo de frescura y autenticidad por el camino. Cuando el mainstream y la cultura dominante se apropian de aquellos movimientos culturales que germinan en el underground, hay una esencia que se desvirtúa: es un proceso tan viejo como la propia cultura. Pero, al fin y al cabo, como argumenta Alberto, «el arte no entiende de fronteras, es un lenguaje universal, y en la cultura hiphop está la prueba: es una afirmación de lo visible que nos rodea, expresa contenidos a través de los cuales podemos llegar a un mejor conocimiento de una civilización o una cultura, y es precisamente lo que ocurre con el grafiti y el hiphop, ambos reflejan los sistemas sociales, económicos y educativos». Que él y Sergio Esteve hayan tenido el empeño y el tesón de recopilar tanta información y darle forma de un modo tan plástico, visual y didáctico en un libro tan monumental como este, que aún aguarda presentaciones en librerías de Vinaròs, Castellón, València, Girona, Barcelona y Madrid —«en la primera, la de Burriana hubo cerca de doscientas personas», dice—, es motivo de enhorabuena y enriquece nuestro tejido cultural. Porque hay historias que, de no ser contadas, se pierden.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 113 (marzo 2024) de la revista Plaza
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