VALÈNCIA.- Lo sé, al leer Łódź has fruncido el ceño por no saber dónde está y te has bloqueado al intentar pronunciarla. Tranquilidad absoluta porque es normal. La primera duda es sencilla de solventar, pues se trata de la tercera ciudad más grande de Polonia, y la segunda… por hacerlo fácil diré que su pronunciación es muy similar a la palabra inglesa wood. Y como en Hollywood, Łódź fue una tierra de oportunidades para personas venidas de otros países y con distintas creencias. Un puzle que se resquebrajó por los distintos conflictos históricos pero que hoy es posible de recomponer gracias a que la ciudad ha sabido reinventarse sin olvidar su legado, vinculado al textil y al cine.
Un próspero pasado que comienza cuando numerosos empresarios alemanes y judíos acudieron a Łódź atraídos por las atractivas condiciones laborales que había para cubrir la demanda de la industria textil en Rusia. Al establecerse aquí construyeron una ciudad que poco —o nada— se asemeja a las que he visto hasta ahora en Polonia.
Un recorrido en el que me acompaña la música de ArthurRubinstein, más conocido como El pianista gracias a la película de Roman Polanski; nombres que también forman parte de la historia de Łódź. De hecho, paseando por la calle Piotrkowska me encuentro con su escultura y no puedo evitar hacerme la típica foto sentada junto a él, simulando que toco el piano. No es el único postureo, porque también me encuentro con el banco de Tuwim o el baúl de Reymont. Sin olvidar todas esas estrellas que, como en el Paseo de la Fama de Hollywood, están dedicadas a actores, directores, escenógrafos y camarógrafos —Łódź es el hogar de la prestigiosa Escuela Superior de Cine—.
La calle más larga de Polonia
El día está nublado pero aun así la calle Piotrkowska rebosa vida, con viajeros que, como yo, pasean por la avenida más larga de Europa, jalonada por tiendas, restaurantes y palacios hoy convertidos en edificios gubernamentales. También hay adoquines con el nombre de algunos de los habitantes de la ciudad y murales en las fachadas de los edificios. A pesar de ser una calle de casi cinco kilómetros de longitud tengo la sensación de que estoy en la típica plaza del mercado, esa donde siempre pasa todo y debes dejarte ver. Por eso, no es de extrañar que los empresarios del textil quisieran instalarse en ella y mostrar su opulencia a través de mansiones. Hasta puedo imaginarme la escena, edificando según lo que hizo su vecino y posiblemente rival en el sector.
Un escaparate que en su parte trasera esconde patios y bocacalles de edificios más humildes en los que vivían trabajadores y que hoy son rincones mágicos. Es así como descubro el Callejón de Rosa, donde infinidad de cristales rotos decoran las paredes de las fincas. O ese, algo más alejado, donde parece que unos seres fantásticos vayan a saltar al patio —la obra es El nacimiento del día, de Wojciech Siudmak—.
Los magnates del textil
Pero ¿cómo eran las casas de los empresarios? Para comprobarlo me voy a la zona más nueva y visito el Palacio Museo de Herbst, restaurado y amueblado para recordar su apariencia original. Además, hoy acoge también el museo de Arte de Łódź. Al salir, me doy una vuelta por Księży Młyn, diseñado por Karl Scheibler para sus trabajadores (siglo XIX). Puedo imaginarme cómo era el día a día de sus habitantes, que disponían de todos los servicios básicos e incluso de una red de ferrocarril privada. Precisamente como en el restaurante Fatamorgana, que antaño fue una de esas casas.
De aquí me voy casi corriendo al C1- La ciudad de la cultura; lo que antaño fue una gigantesca central eléctrica, hoy acoge el planetario y el Centro de la Ciencia. Vuelvo a mi infancia, descubriendo a través de juegos y paneles informativos distintos aspectos de la ciencia y la energía. Me lo paso tan bien que hasta me tienen que recordar que el centro está a punto de cerrar. Como es pronto regreso a la arteria principal y pruebo un Soplica Wisniowa, un vodka que sabe a cereza y está muy bueno. Pero solo uno, que este tipo de bebidas entra muy bien y luego sube mucho…
Mi hotel, el Stare Kino, está en la misma calle Piotrkowska, así que me levanto pronto para ver cómo amanece la ciudad y tomar un buen desayuno. Luego, visito el City Museum of Łódź, ubicado en lo que antaño fue el hogar del magnate judío Izrael Poznańsk. A primera vista me recuerda al Louvre pero ya dentro me sumerjo en lo que antiguamente fue su vivienda, hoy reformada, con estancias tan impresionantes como el comedor, con una decoración cuidada y de estilo un tanto ecléctico. Se conservan muebles de la época y, si te fijas bien, algunos tienen las iniciales de Izrael Poznańsk (IP). No solo eso, hay habitaciones dedicadas a algunos de los nombres que engrandecieron a Łódź y, cómo no, también a Arthur Rubinstein.
La fábrica de Poznańsk está muy cerca de su casa porque así podía saber qué ocurría en todo momento. Hoy su imperio se llama Manufaktura y está repleto de tiendas, restaurantes —el schnitzel de Galicja está riquísimo— y opciones de ocio. Además, acoge el Factory Museum, que te acerca los secretos del sector del textil y cómo vivían los trabajadores. Milena, la guía, pone en marcha dos telares y el sonido es tan ensordecedor que me tengo que alejar. Si esa es mi reacción con dos… ¡imagínate cuál sería con cien! Bueno, la tengo gracias a los cortos que se proyectan en la sala de cine del museo.
Esa riqueza poco a poco se fue desvaneciendo. Primero con la Primera Guerra Mundial, después con la Gran Depresión y por último con la Segunda Guerra Mundial, cuando la comunidad judía —unas 200.000 personas— fue obligada a vivir en el gueto y trabajar para los nazis. Solo una fracción logró sobrevivir y el resto partió de la estación de Radegast, hoy convertida en museo, hacia Chełmno y Auschwitz. La ciudad jamás se recuperó de aquella época e incluso con la caída del régimen en 1989 empeoró. Sin embargo, a partir de 2000 comenzó una renovación a lo ave fénix que la ha posicionado como una ciudad moderna y vanguardista. Sí, porque aunque en Łódź no hay callejuelas medievales, ni templos góticos, su legado industrial de edificios de ladrillos rojos le otorga ese carácter tan especial y peculiar que tiene.
* El artículo se publicó originalmente en el número 84 (octubre 2021) de la revista Plaza