Para crear su personaje necesita de dos aprendices que se suben con él a escena: Toni Misó y Tania Fortea quienes tienen que encontrar la manera de madurar su actuación a través de sus prepotentes consejos. Ambos trabajan para Don Roberto y tienen que seguir la mentoría al dedillo por el camino fastuoso que es tener que hacerle caso a alguien que también se equivoca. “La historia tiene que ver con la ambición, con el éxito y con la parte superficial pero no deja de tener toques de drama espiritual”, añade Hoyo, como persona.
“Cuando el espectador está cómodo en su butaca le gusta que pasen cosas de verdad, anclo al espectador desde el odio al comenzar y poco a poco se van a acercar al personaje, o no, me da igual. La gente puede salir odiándome pero yo lo que quiero es causarle algo real al público”, añade, totalmente preparado a recibir todo tipo de reacciones por este espectáculo, “si al sector de las artes escénicas no le gusta como soy me voy de aquí, o me expreso como siento el arte o no estoy haciendo algo real. Sé que me pueden llegar a odiar pero tengo que ser honesto”, declara el creador de su propio alter ego. Tiene “todo y nada que perder” y no le importa jugársela en cada espectáculo. ¿Su fórmula? Apretar mucho al personaje por el que lo deja todo y con el que se presta a su experimento que comienza hace ya más de tres años: el de convertir a Roberto Hoyo en Don Roberto.
Para esto comienza a formarse en diferentes disciplinas marciale, con el objetivo de poder mostrar sobre las tablas como hacer sparring -un combate con puños y patadas con el que se simula una pelea-, kickboxing y otras coreografías de la lucha, para “lucirse un poco”. Para aprender a “tutorizar” a otros autores se embarca también (hace un año) en personificar al Don Juan a través de Playlab, una serie en la que invita a actores valencianos a formarse a través de sus consejos, en el que les enseña a trabajar “a su manera” aunque con más libertades que en la obra: “En Playlab los actores podían elegir su escena y contar con mi asesoramiento pero en Don Roberto yo pago a mis actores y les digo lo que tienen que hacer. Tengo que convencerles de quien manda y les muestro quien tiene el poder”, añade el actor.
En esta filosofía de “dejarse la piel por el personaje” Hoyo confiesa que más de una vez se ha ido a casa con la nariz ensangrentada de los golpes y con algún fuerte dolor de cabeza por la fusión persona-personaje: “Si no arriesgo no tengo un Don Juan, sería como hacer esto de mentira, le dedico todo a esta profesión y lo quiero todo a la vez, esta obra es mi momento de retratarme”, añade.
Con tono envalentonado confiesa que no teme a las reacciones, sabe que es el momento de “volcarlo todo sobre la escena” y ya que sea lo que Dios -la crítica- quiera, una forma de mostrar su camino que aún no sabe hacia donde le va a llevar: “Siento que tengo que tirar por todo lo alto y sin miedos, siento que no me voy a arrepentir de este proyecto porque una vez sacas la soberbia fuera de ti queda algo más bonito dentro”.