VALÈNCIA. La ballena azul es el animal más grande conocido, supera los treinta metros de longitud y puede pesar casi doscientas toneladas, alimentándose a diario con toneladas de plancton. Este cetáceo majestuoso necesita casi cinco minutos para poder variar su rumbo 180 grados. Sin embargo, un banco de sardinas, que puede contener centenares de miles o millones de individuos con un peso total superior al de la ballena azul, es capaz de girar en apenas unos segundos. Los grandes bancos de sardinas del sur de África, formados por miles de millones de individuos que alcanzan hasta siete kilómetros de longitud, cuando se mueven o cambian de dirección suelen hacerlo de manera casi instantánea.
Lo mismo sucede con un avión de pasajeros, de peso similar al de una ballena, que puede girar en poco tiempo, pero infinitamente más lento que la inmediatez con que cambia su rumbo una bandada de estorninos, en esa impresionante danza de miles de pájaros que podemos ver todos los otoños y que en inglés se conoce como murmurations.
Biólogos e ingenieros han estudiado esta curiosa paradoja dinámica que beneficia la movilidad de un grupo de individuos pequeños contra un solo gran individuo de dimensiones equivalentes. Y la conclusión, curiosamente, ha acercado la explicación a las ciencias sociales más de lo que hubiéramos imaginado.
Según el autor Ian Jukes, escritor, divulgador, docente, empresario y director de la consultora tecnológica InfoSavyy Group, todo se explica por el fenómeno que ha bautizado como 'las sardinas comprometidas'.
"Es también lo que explica por qué nuestro territorio dispone de clústeres especializados. Aunque no lo sabíamos, somos una sociedad de sardinas comprometidas e innovadoras"
Ocurre que, aunque todo el banco de peces parece marchar en una única dirección, existen algunos individuos que anticipan el cambio, que huelen el peligro o la oportunidad, y son capaces de romper la disciplina de grupo dirigiéndose a un rumbo distinto donde encontrar más seguridad, más alimento o mejores condiciones de navegación. Podríamos decir que estos individuos comprometidos son vanguardistas, inquietos o simplemente innovadores que rompen el monolitismo del banco.
Y lo sorprendente es que, a partir de un pequeño porcentaje de individuos que adoptan este cambio de dirección, normalmente alrededor de un 15% del total, el banco entero adopta el nuevo rumbo que predijeron las precursoras sardinas comprometidas.
El concepto fue expuesto hace apenas una década, pero en sociología y economía resulta familiar. Es la misma idea detrás de la teoría del empresario innovador de Schumpeter o la teoría tecnológica del crecimiento de Solow o las tesis de la gestión de la innovación de Peter Drucker y todas las posiciones relacionadas de sociólogos como Callon, Latour o Rogers.
Late detrás de muchos de estos planteamientos el concepto de empresas o agentes tractores, aquellos que, en cualquier sistema de producción, plantean nuevas soluciones, nuevas tecnologías, nuevas prácticas capaces de revolucionar un sector o una economía completa y hacer que esta se mueva en otra dirección y, a veces, en sentido completamente opuesto, buscando mejores condiciones y mejores resultados. Es el concepto que anima un sistema de incentivos públicos bien entendidos, que apoyan a que las sardinas comprometidas desarrollen soluciones innovadoras efectivas, encuentren direcciones que optimicen los recursos y sean capaces de arrastrar al resto de empresas más continuistas.
Es, también, lo que explica por qué nuestro territorio dispone de clústeres especializados, donde empresarios precursores iniciaron una producción sectorial de ámbito comarcal o singular, que animó a otros a moverse en la misma dirección. Y es que, aunque no lo sabíamos, somos una sociedad de sardinas comprometidas e innovadoras.