No hay una vocalista en València más universal que ella en las últimas décadas. Comenzó a componer a los nueve y a cantar a los once años, triunfó en toda España y Latinoamérica con Presuntos Implicados y luego emprendió una carrera en solitario con la que completa cuarenta años en el mundo de la música. Hablamos con ella sobre su trayectoria
13/08/2023 -
VALÈNCIA. Hay aniversarios que llegan sin avisar. La vida sigue su curso sin que apenas lo advirtamos, y el transcurso de los años parece acelerarse conforme vamos tachando meses del calendario. La vida pasa en un soplo. Que se lo digan a Sole Giménez (París, 1963), quien acaba de celebrar nada menos que cuarenta años en el mundo de la música y aún se maravilla por ello. El pasado 3 de febrero celebró la efeméride con un concierto conmemorativo en el Palau de les Arts de València, con la compañía sobre el escenario de invitados como Joan Manuel Serrat, Antonio José, Miguel Poveda o su propia hija, Alba Engel. Posiblemente una de las noches más especiales de toda su carrera, que se tradujo en Celebración (2023), un doble disco en directo con veinte canciones y un libreto de más de cincuenta páginas con textos y fotografías inéditas, redactado por la periodista Patricia Godes y diseñado por Lina Vila. Un objeto de factura exquisita, de esos que tan poco se llevan ya en esta industria que ha desmaterializado la música hasta hacerla carne de algoritmo, y en el que la vocalista y compositora, nacida en París y criada en Yecla (Murcia), pero afincada en València desde los dieciocho años, rescata clásicos de toda su carrera, como Mil mariposas, Alma de blues, Mi pequeño tesoro o Cómo hemos cambiado, en compañía de una banda formada por los experimentados Edu Olmedo, Gino Pavone, Nacho Tamarit, Iván Cebrián, Osvie Greco y Carlos Álvarez, y con la supervisión de Vicente Sabater, su mano derecha desde hace años.
Cuarenta años no es nada
«La verdad es que yo vivo al día y no me doy cuenta de esas cosas; no había caído en lo de los cuarenta años: soy un poco inconsciente en ese sentido», comenta al hilo de un aniversario que aún está celebrando con varias presentaciones en directo del disco en escenarios de toda España. Un proyecto que supuso «nueve meses de trabajo previo» y para el que reconoce que «no fue sencillo escoger las canciones». Lógico, había que seleccionar veinte entre cerca de doscientas, repartidas en nueve discos a su nombre y los diez que publicó con Presuntos Implicados entre 1985 y 2006. Mucho material que cribar. «Me decanté por las que más me gustaban», explica, detallando que tenía muchas ganas de recuperar «algunas de la época de Presuntos Implicados», y que uno de los motivos detrás de cada una de ellas era «saber que el público los iba a disfrutar, porque he cumplido estos cuarenta años con mucha gente, y eso es algo que veo en los conciertos: el público se ríe, llora, baila y canta, vuelve a tener cuarenta años menos, y eso es maravilloso», afirma. Sole Giménez es consciente de que un artista no es nadie sin su público. Y el suyo ha sido fiel.
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El agradecimiento de Sole al público es extensivo a los músicos que la han secundado. Ni siquiera ella esperaba estar tanto tiempo en este negocio: «Para nada, estar tanto tiempo en el mundo de la música ha sido toda una sorpresa, y la verdad es que miro hacia atrás y yo misma me sorprendo del recorrido, de la constancia, del esfuerzo y la suerte que he tenido de que me acompañara gente como la que ha estado conmigo en mis diferentes etapas; eso me hace sentir muy afortunada», explica. Son muchas las cosas que han pasado desde aquel 1983, el año en el que se puede hablar ya de Presuntos Implicados como una banda plenamente formada que se presenta en sociedad. Fue cuando grabaron su primera maqueta y se plantaron en Madrid en un concurso en Radio Nacional de España, que acabarían ganando. Eran muchas las cosas que estaban por hacer. En España y en València. Sole Giménez había llegado a la ciudad un poco antes, en 1981, para estudiar Bellas Artes. Aún no había facultad en Murcia, y como su hermano Juan Luis ya se había trasladado a València para cursar Económicas, la elección era obvia. «Recuerdo la València de aquellos días como un lugar en el que estaba todo por hacer, todo el mundo tenía muchas ganas de emprender cosas nuevas, de expresarse, y el ambiente en Bellas Artes era muy divertido; eran años con muchas posibilidades», rememora.
Comenzaba entonces a perfilarse el sueño, aún balbuceante, de esa niña que empezó a componer algunas canciones con nueve años y a cantar con once. «Me dio por componer desde muy jovencita; me inventaba mis canciones. Me había criado en una casa en la que mis padres oían bastante música y cantaban mucho, pero ellos no pensaron que esto pudiera salir, no le daban mucha importancia, porque la música apenas era como una extraescolar que me busqué cuando no las había», cuenta. Sus padres, que habían emigrado a Francia (donde ella nació) pero se instalaron en Yecla cuando tenía cinco años, asumieron la vocación musical de los dos hermanos como un asunto de hechos consumados. «Hasta que no llegó un punto en el que teníamos más trabajo, no dijimos en casa que nos fuéramos a dedicar a esto; es algo que fue creciendo sin demasiada conciencia de que era así, pero mi padre sí que insistió siempre en que acabáramos nuestras carreras», cuenta Sole, quien cumplió con el trato: en unos años acabaría Bellas Artes.
Cómo hemos cambiado
Presuntos Implicados contaban con Juan Luis Giménez y Pablo Gómez-Trénor a las guitarras, y Sole asumiendo la voz principal tras haber estado un tiempo a los coros. El single Miss Circuitos y el álbum Danzad, danzad, malditos (1985) son sus primeros frutos discográficos, aún lejos de una repercusión popular que tardaría en llegar. Le pregunto a Sole cuáles eran sus referentes por aquel entonces, a lo que contesta: «Joan Manuel Serrat era uno de ellos, pero sobre todo eran Stevie Wonder y toda la música negra, porque me gustaban el funk y el soul». Y es que Presuntos Implicados era una rara avis en una València que entonces se distinguía por sus grupos de pop electrónico, de punk y de pospunk, pero en la que la música de raíz negra parecía prácticamente proscrita en los locales de estudio y en las discotecas, en las que imperaba un menú fundamentalmente blanco y de guitarras eléctricas. La música disco, el funk o el soul eran completamente residuales, en algunos casos vistos como antiguallas, sin valorar aún su atemporalidad. Para Sole Giménez, su banda era auténtica de perros verdes. «No había ningún grupo como nosotros ni en València ni en España: siempre fuimos bastante raritos en ese sentido, al fin y al cabo uno es producto de lo que le gusta y escucha, y a nosotros eso nos salía de manera natural». Los ritmos dislocados, el groove de sus bases rítmicas y la negritud de su propuesta no eran moneda común aquí, pese a que en el contexto anglosajón sus practicantes abundaran: Sade, Swing Out Sister, The Blow Monkeys, The Style Council y tantos otros.
El éxito no les llegó por ensalmo. Sole lo reconoce: «Nos costó arrancar y encontrar un público». El disco que lo cambió todo, aquel con el que vieron que realmente podían hacer carrera en la música, llegó un par de años después. Fue De sol a sol (1987), que «se hizo de manera independiente y marcó un camino que luego recorrimos; ahí vimos que nos podíamos dedicar a esto». Contaban ya con Nacho Mañó al bajo y a la producción, y su hermano Vicente al management. Y su mascarón de proa, posiblemente la canción más determinante en la historia de Presuntos Implicados, al menos en sus primeros tiempos (aunque ni siquiera figure entre sus diez más escuchadas en Spotify), que fue En la oscuridad, balada en la que Sole se destapaba como una espléndida vocalista, y que les abrió algunas puertas. Entre ellas, la de la multinacional WEA (Warner/Elektra/Atlantic) en España.
Éxito a la valenciana
La época de superventas de Presuntos Implicados llega dos años después con el álbum Alma de blues (1989) y sus doscientas mil copias vendidas. Cantidades inimaginables hoy en día. El fenómeno empezaba a superarles a ellos mismos. «Antes de publicarlo, nos dábamos con un canto en los dientes solo con vender la mitad —recuerda—. En realidad queríamos avanzar poco a poco, pero todo empezó a funcionar con la canción Alma de blues, que salió de single dos veces y todo, y fue la que nos conectó con el gran público», rememora. La gran maquinaria estaba en marcha, y el trío se había convertido ya en uno de los grupos más populares en toda España. Sin embargo, Ser de agua (1991) lo duplicó con cerca de cuatrocientos mil ejemplares. El pico comercial de su carrera. Presuntos Implicados era ya uno de esos grupos que conocía absolutamente todo el mundo en este país. Sole Giménez también lo atribuye, fundamentalmente, al éxito de una canción: «Con ese disco tuvimos la suerte de dar con Cómo hemos cambiado, que también nos abrió el mercado latinoamericano, y era algo que tampoco esperábamos: pensamos que podríamos igualar lo de Alma de blues, pero no vender esa barbaridad», cuenta.
Su éxito coincidió en el tiempo con el de Seguridad Social y Revólver y, junto a ellos, Presuntos Implicados formó parte de un insospechado triunvirato (porque sus orígenes habían sido muy dispares) de pop y rock valenciano en lo más alto de las listas de éxitos y los rankings de popularidad españoles, algo que desde entonces no ha vuelto a ocurrir. Cuando le pregunto a Sole por la anomalía histórica de que la música hecha en la Comunitat Valenciana apenas haya trascendido desde entonces fuera de sus límites naturales, cuando desde mucho antes había exportado bandas y —sobre todo— vocalistas célebres, ella me contesta que, al margen de La Habitación Roja (a quienes cita), no termina de entender las razones: «Pienso en otras bandas que tienen mucho éxito, y en Málaga hay muchas, por ejemplo, y el caso es que aquí sí hay talento y gente con voces increíbles, pero ha cambiado mucho todo: quizá sea el tipo de música que hacen, que no coincide con lo que el público demanda; es algo que he pensado alguna vez, por qué habiendo gente con tanto talento no ha ocurrido, pero habría que hacer un estudio y me faltan datos», argumenta.
También reconoce que un posible hándicap es que «en estos últimos años se ha centralizado mucho la música en Madrid, más que antes aún». Aquel tránsito de los ochenta a los noventa, por cierto, aún estaba capitalizado por los conciertos que programaban los ayuntamientos por sus fiestas patronales. Los festivales que conocemos hoy en día ni existían. «No había otro circuito al margen de los ayuntamientos; tan solo estaban las salas independientes y poco más», concreta. Tiempos de actuaciones en poblaciones recónditas y en condiciones, a veces, chocantes: «Había de todo en aquellos conciertos, sobre todo si eran gratuitos: en las fiestas de pueblo te costaba sonar si tenías al lado montada la feria». Ya en solitario, Sole sí entró en el circuito de teatros. Los festivales que han proliferado en las dos últimas décadas no son su lugar, desde luego: «Apenas he tocado en festivales; empezaron siendo indies y ahora ya…».
De hombres, mujeres y cultura
Entre discos de canciones propias y versiones de músicas de lo más dispares, destacan por temática en la discografía en solitario de Sole Giménez dos álbumes relativamente recientes: los dos volúmenes de Mujeres de música (en 2019 y 2021, en colaboración con diversas voces femeninas), una reivindicación del rol de la mujer en la música, pero también uno que vino antes, Los hombres sensibles (2017), con la participación de Teo Cardalda, Carlos Goñi,Mikel Erentxun o Víctor Manuel. Solo hombres. Ella es muy clara al respecto: «El feminismo no conseguirá ser una forma de vida si no invitamos a los hombres a ser también feministas y a entender el porqué, y me causa tristeza comprobar que los hombres, que tenéis una sensibilidad, a veces no se os permite que la mostréis porque resulta que sois unos débiles: me parece tremendo», argumenta. De hecho, sostiene que «hay que escuchar las voces de los hombres más sensibles y que no se avergüence nadie, porque la sensibilidad no es una debilidad, es una fortaleza».
A Sole Giménez le preocupa también el estado de la radio actualmente en España, un país en el que un músico como Jorge Drexler, con infinidad de Grammies, apenas tiene hueco: «Y Serrat saca un disco y tampoco. Nos debería hacer reflexionar sobre cómo apoyamos la cultura y qué esperamos que escuchen nuestros jóvenes: no sé cuál es la solución, pero es triste». Y hablando de cultura, se lamenta del escaso valor que le otorgan nuestras instituciones: «Nos queda mucho que aprender, porque consideramos la cultura como una de las marías, como esas asignaturas de cuando íbamos a clase: parece que nosotros no aportemos al PIB, que sea un trabajo que no tiene demasiado valor, que no cuesta, que solo está para divertir; aún recuerdo cuando un presidente nos llamó títeres», lamenta. Una carencia que menoscaba también nuestro rol como engarce con Latinoamérica, un mercado que ella conoce bien desde los tiempos en que Presuntos Implicados exportaban su música: «Fíjate que somos un país tan rico culturalmente, y encima somos un puente con Latinoamérica, que tendríamos que darle toda la vuelta a ese concepto devaluado que tenemos de la cultura en general: siempre hay personas y organismos que hacen bien su trabajo, pero sé de buena tinta que muchas veces esos organismos se pelean para ver quién tiene más protagonismo, y cuesta», afirma.
Para acabar nuestra charla, le pregunto qué es lo mejor y lo peor de haberse dedicado en cuerpo y alma a la música. Lo negativo son algunos de los peajes de «una industria que a veces decepciona» y también el acostumbrarse a un reconocimiento público que «es complicado al principio». Aunque lo positivo lo supera, y en mucho: «Lo mejor es haberme podido comunicar con un público que ha apreciado, y emocionar a la gente, esa comunión, ese sentir y hacer sentir», recalca. «Es algo de lo que todavía no soy del todo consciente», subraya, con la serena y perenne humildad de quien no quiere magnificar su éxito.
El lenguaje común de las músicas latinas
Una de las singularidades en la carrera de Sole Giménez desde que dejó Presuntos Implicados, hace casi dos décadas, es su renuencia a abonarse a un solo estilo. Basta echar un vistazo a sus colaboraciones: Herbie Hancock, Milton Nascimento, Piratas, Joaquín Sabina, Pedro Guerra, María Dolores Pradera, Ximo Tébar o Joan Amèric. O a las muchas versiones que ha abordado en sus discos en solitario: de Marvin Gaye, Eric Clapton, Björk, Madredeus, Charles Aznavour, Claudio Baglioni, Radio Futura, Jacques Brel, Caetano Veloso, Golpes Bajos o Esclarecidos. Sí, a ella le gustaban el soul y el funk en sus inicios, pero la trayectoria posterior a su nombre ha supuesto un auténtico big bang estilístico que ha manejado a su antojo: jazz, bossa nova, pop, chanson, danzón, bolero… quizá haya sido fruto de una evolución natural, aunque ella afirma quedarse, más que con un estilo, con una raíz en concreto: «Tengo querencia por la música más latina, y creo que todo lo latino está bastante desvirtuado desde mi punto de vista: meto ahí hasta la bossa nova, pero me pongo a hacer swing y también me siento muy cómoda, porque no quiero cerrarme a nada», dice. Afirma que «lo bonito de hacer versiones es sacar a los originales de su sitio y llevarlos a otro terreno, que es algo que hemos podido hacer gracias al abanico de ritmos y estilos en el que nos podemos mover». Y cree firmemente que «la música latina es de las más ricas que hay en el mundo», pero que, por el contrario, «carecemos de concepto de unidad y nos perdemos mucho, algo que nos debilita ante la música anglosajona, cuando hay muchos nexos en común entre los géneros latinos; es algo infinito: Santiago Auserón te lo explicaría mejor».
Le comento a Sole que los géneros latinos han cobrado hoy en día una primacía de la que carecían, adelantando a los estilos anglosajones en las preferencias globales. Aunque el culpable principal tenga nombre: reguetón. Me contesta que «quedarse solo con el reguetón es simplificar muchísimo la música latina, es quedarte con un solo ritmo, y eso es triste». Y aunque asume que la música latina tiene hoy en día una aceptación global, se pregunta «¿qué música latina? Ojalá quien escucha reguetón acabe oyendo también una chacarera».
* Este artículo se publicó originalmente en el número 106 (agosto 2023) de la revista Plaza
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