Un cine bajo un manto de estrellas

Leví Navarro heredó de su padre la gestión de la terraza de verano de Serra, la más antigua de la Comunitat Valenciana. Un público familiar acude a diario a este extraño recinto, que se creó en 1961 como sala de proyección y como trinquete

10/08/2023 - 

VALÈNCIA. El atardecer, con el cielo ardiente que asoma por detrás de la pantalla, no tiene mucho que envidiarle a la película de Santiago Segura que se proyectará después, por la noche, en el cine de verano de Serra. A esta hora, la gente viene y va por las cuestas infernales del pueblo. Un grupo de adolescentes se reúne alrededor de unos columpios. Las calles están tranquilas. Por alguna ventana se escapa el sonido de uno de esos concursos que se emiten en la televisión antes de los informativos. En la puerta de una de las casas todavía resiste el cartel que anuncia que allí vive, vivía, la Regina de las fiestas. Y, a mitad de una de esas calles, tras una verja digna de una finca de torero, con sus dos iniciales, C y P (Cine Parroquial), está el cine de verano más antiguo de la Comunitat Valenciana.

Leví llega en un Mercedes blanco. Leví Navarro, un empresario de treinta y nueve años, es el responsable de este cine y de unos cuantos más por la mitad este de España. Unos cuantos de verano y otros de todo el año. Aún falta una hora para que empiece Vacaciones de verano y todo está en silencio. Una chica pasa la escoba y un joven termina de colocar las cosas en el ambigú, el bar del cine. Al fondo está la ‘sala’. O el trinquete. Porque la instalación se levantó, con la idea de aportar algo de entretenimiento al pueblo, para que sirviera como zona de proyección y como cancha de juego. Aunque como trinquete, algo deforme, no se usó mucho.

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Las paredes están pintadas de blanco. Hasta no hace mucho aún se encalaban, pero Leví, más práctico que su padre, prefirió comprar una pintura plástica más duradera. Los aseos son los antiguos vestuarios del trinquete. El sol sigue cayendo y una brisa muy agradable llega a través del cañón que forma el barranco de Deula, justo detrás de las murallas. Porque esta terraza de verano está en el corazón de la sierra Calderona y eso la convierte en un lugar único.

El padre de Leví, Ramón Navarro, estuvo cortando entradas hasta hace cuatro años. Su madre estuvo en la taquilla, recogiendo el dinero, hasta hace siete u ocho. Por eso, cuando los clientes llegan y ven que no está el padre, se temen lo peor. Pero el hombre está bien, saludable, y cuidando de su mujer. Él ya no está presente, pero su hijo sigue con el negocio. De hecho, ya hace tiempo que Leví gestiona este cine atípico dentro de un trinquete amorfo —en Genovés, en los veranos de los años setenta y ochenta, también se proyectaban películas dentro del trinquete— que se usó más como frontón —aún conserva la pedra, la baldosa desde la que se hacía el saque— que como trinquete. Pero no era un buen lugar para jugar. El rebote, o el frontis, según se jugara a una modalidad o a otra, era una ruleta para el jugador, porque la pared, en lugar de ser recta, hacía una leve curva para que la proyección de las películas fuera óptima.

Leví, que tiene un nombre bíblico, tomó las riendas del cine con veintidós años. Aunque conviene recordar que la propiedad es de la Iglesia. El empresario negocia con el párroco y este, a su vez, con el Arzobispado. Su padre ya hace años que se jubiló, aunque sigue pasando por allí. Antes ya se dejó asesorar por sus hijos Ramón y Leví, que estaban más al día de la actualidad cinematográfica y de las nuevas tecnologías. Porque en 2011, hace solo doce años, en Serra seguían proyectando las películas a la antigua usanza, con la vieja máquina y los rollos de celuloide de 35 mm. Pero ese año, en 2011, el menor de sus hijos lo digitalizó y la vieja maquinaria quedó allá arriba, en la sala de proyección, como un homenaje a los viejos tiempos. Allí, en un espacio no muy ancho al que se accede por unas escaleras en las que hay un nido de golondrinas, la sala se divide en dos estancias separadas por un tabique. A un lado, lo viejo: la máquina, rollos olvidados y una lata redonda con una etiqueta del NO-DO. Al otro, lo nuevo, la máquina de proyección digital que puede incluso dejarse programada.

La historia del cine se remonta a 1958, el año en el que el párroco de Serra, Vicente Aliaga, que era natural de Alcàsser, recibió la donación de unos campos y decidió construir unas viviendas sociales y, de propina, hacer un cine de verano. «No era como ahora, sino más rudimentario. La pantalla la hicieron aprovechando los pilones que estaban usando en el pueblo para instalar la línea telefónica y, no sé, quizá alguno se ‘desvió’ y acabó en el cine… Plantaron unos cuantos, les pusieron cañas, lo lucieron y ya tenían la primera pantalla. Mi padre, que tendría trece años, estuvo como peón de albañil en aquella obra y, al acabar, el retor le dijo que se iba a quedar de aprendiz de proyeccionista, que entonces era un hombre mayor al que llamaban el Tío Madriles». Leví recita casi de carrerilla la historia que le transmitió su padre, capítulo a capítulo, durante aquellos veranos en los que todos en la familia tenían una ocupación dentro del cine. Antes de eso, cuando el niño tenía solo cuatro años, el abuelo paterno, durante las vacaciones, atravesaba el pueblo al lado de su nieto para llevarlo a ver sus primeras películas.

El primer estreno del cine de Serra fue El puente sobre el río Kwai (dirigida por David Lean en 1957). Luego, en el año 61, cambió el párroco y llegó a Serra José María Granell. Este sacerdote fue quien hizo que la construcción fuese como está hoy, con la idea, un tanto fantasiosa, de alternar la pilota y las películas. Pero no terminó de acertar: como trinquete era muy ancho; como cine, estrecho. Encima, no le gustó el ambiente de las partidas, con sus apuestas y sus trifulcas, y acabó suspendiendo la actividad deportiva. Cuando Ramón Navarro tenía veintidós o veintitrés años, se juntó con tres amigos y le arrendaron el cine al párroco. «Luego, con el paso del tiempo, los socios se fueron descolgando y solo quedó mi padre. Él lo tuvo como un complemento a su trabajo, que era instalar antenas y televisiones. Mi padre le puso la primera televisión a mucha gente de Serra y Bétera, que era donde tenía el taller».

El más antiguo de España

Se extingue la tarde y, ya en el ocaso, llegan las primeras familias. El olor a palomitas recién hechas trepa por las murallas del trinquete. En el ambigú venden bocadillos, pizzas, snacks, helados y bebidas. Unos prefieren traerse la cena de casa. Otros pasan por la barra y cargan allí. Y también hay quien se lleva la comida y compra la bebida o un polo. La mayoría son familias con niños. Primero pasan por el ‘cuarto de les cadires’, cogen las sillas de plástico que necesitan y se las llevan a la terraza. Allí forman un círculo para cenar mientras conversan. Cuando empieza la película, a las 22:30 horas, se ponen de cara a la pantalla y se entregan al cine bajo las estrellas. «En agosto muchas noches se ven pasar estrellas fugaces», apunta Leví, feliz de conservar el cine que sacó adelante su padre.

No hay ninguno en la Comunitat Valenciana que lleve tantos años, sesenta y cinco, pasando películas cada verano sin interrupción. Leví sospecha, y lamenta, que este año ha debido convertirse también en el más antiguo de España, porque el 28 de abril murió, de forma repentina, Martín Cañuelo, el propietario de tres cines de verano en Córdoba, y, a la espera de ver qué pasa con la sucesión, las terrazas no han abierto este año. El Ayuntamiento de Córdoba, al contrario que los de otras ciudades que dejaron morir este espectáculo estival, echó una mano para que permanecieran activos sus cines. Hasta la muerte de Cañuelo, que ha dejado abierta la puerta de la incertidumbre.

Leví y su hermano Ramón aprendieron el oficio verano a verano. «Nosotros nos hemos criado aquí dentro», cuenta sentado en la escala del trinquete, justo debajo de una vivienda desde la que una señora observa la pantalla. «Es mi tía», informa Leví, que, poco a poco, fue conociendo todas las tareas. «Tanto mi hermano como yo aprendimos a montar, proyectar las películas, cortar entradas, limpiar, rascar las paredes… Hemos hecho de todo».

Con veintidós años, asumió la gestión de un cine de verano en la playa de Oliva. Fue el inicio de una carrera dedicada a la exhibición. Ahora, diecisiete años después, dirige siete cines de verano por toda la costa: Serra, el Auditori de Burjassot, la Terraza Olimpo de Tavernes de la Valldigna, la Terraza Tugar de Gandia, el Cine Costa San Juan —que tiene dos salas en la playa de San Juan—, el cine Navia —en Dehesa de Campoamor, en Orihuela playa—, y Las Villas, en Torre de la Horadada. Y además, cines de invierno de una sala en Tarazona (Zaragoza), Iniesta y Las Pedroñeras (Cuenca), Socuéllamos (Ciudad Real), Cieza (Murcia), Huercal-Overa (Almería), el Tívoli de Burjassot, el cine de Museros y el de El Perelló.

Un imperio con dieciséis cines creado casi por casualidad. Porque Leví Navarro nunca tuvo demasiado claro a qué dedicarse. Primero se matriculó en la facultad de Física, pero se lo dejó y, entonces, hizo un grado de Electrónica y Electricidad. Mientras tanto, se quedó la terraza de Oliva, luego la de Tavernes. Se puso a estudiar Magisterio de Primaria, su gran vocación, mientras se convertía en un empresario que, en verano, llega a tener cerca de cuarenta empleados. «Cuando acabé la carrera ya tenía un volumen de empresa y tuve que decidir si me dedicaba al negocio o a la docencia. Elegí los cines».

La importancia de elegir bien

Leví recuerda su vida mientras no pierde detalle de lo que pasa a su alrededor. «Mira, esos es la primera vez que vienen porque no saben dónde están las sillas. A los niños se les nota en la cara cuándo es la primera vez que van a un cine». La película está a punto de empezar. Ya es noche cerrada y algunos espectadores van poniéndose ropa de abrigo. Empieza a refrescar. En la pantalla, bajo la imagen de un pequeño Cristo, situado en lo alto de un pedestal, que parece bendecir al público, se proyecta el tráiler de Barbie. El cine se vuelve rosa durante un minuto. Leví sabe que las grandes producciones son una apuesta segura, aunque las combina estratégicamente con las películas para niños. Las familias son su público objetivo como antes, en los noventa, lo fue un espectador más juvenil.

Es importante elegir bien. Esto también lo aprendió de su padre, un hombre que, a principios de los años setenta, se empeñó en conseguir una copia de Le llamaban Trinidad al ver que se tiró en la pantalla del cine Rialto de València durante meses. La sala se llenaba cada día de gente que se partía de risa viendo a Bud Spencer y Terence Hill repartir mamporros. Cuando Ramón Navarro se enteró de que al fin iban a retirar la película de ese cine, se fue directamente a la distribuidora y la pidió. Allí le informaron que dejaba de anunciarse el domingo y que el miércoles se iba al Puerto de Sagunto. «Mi padre dijo que si el miércoles se iba al Puerto de Sagunto, el lunes y el martes tenía que exhibirse en Serra. Al programista, la persona que decidía dónde iba cada copia, cada saco con los rollos de película, le hizo gracia el empeño de mi padre y se la cedió. Y el primer lugar, después de València, donde se proyectó Le llamaban Trinidad fue en Serra».

Santiago Segura y Leo Harlem no son Bud Spencer y Terence Hill, pero el público ha empezado a reírse en mitad de la penumbra. El cine de verano de Serra abrió el 16 de junio. Leví adelantó un poco la apertura para coincidir con el estreno de Flash, una película muy taquillera. Cuando los niños acabaron las clases empezó a programar a diario, de lunes a domingo, y será así hasta el 3 de septiembre, el día que cerrará la terraza hasta el verano que viene.

Leví sabe que la mayoría de la gente procede de Serra, Náquera y Bétera. Muchos espectadores son veraneantes que buscan la forma de romper la rutina. También hay gente que viene de Sagunto, València y otras partes. El cine más cercano está en Kinépolis, que no se acerca, ni de lejos, al encanto de Serra. Cine a la luz de la luna en plena sierra Calderona. Durante la pandemia, mucha gente reabrió las casas que tenía medio olvidadas en Serra. Muchas personas volvieron la mirada hacia el monte y ahora, en verano, alquilar una vivienda en la que dormir a una temperatura agradable, nada que ver con las noches sofocantes de València, cuesta un dineral.

Un haz de luz sale desde uno de los ventanucos de la sala de proyección. Por una de esas salidas se asomaba el padre de Leví para comprobar que todo estaba bien, y por esa misma ventanilla de madera se asomó hace un par de años David Trueba en una visita que les hizo. Una imagen que enterneció a Leví, que vio en el gesto del director ganador de un Oscar —por Belle Époque— el reflejo de su padre, un enamorado del cine. 

A mitad de la película se hará un descanso, un truco comercial para sacar algo más de dinero. En ese instante se proyectará una imagen con un mensaje: «Si lo desean pueden visitar nuestro ambigú, donde, con gusto, les atenderemos». Es la hora del helado o de alguna golosina. Artur, un espectador veterano que adora el cine de verano, cuenta que a él le gusta aguantar sin ponerse nada de abrigo. «Así consigo salir congelado y cuando me meto en la cama da mucho gustito…». Otros no aguantan tanto. Las madres y los padres se apresuran en abrigar a los hijos. La luna, que estuvo llena el lunes, ha empezado a menguar pero aún brilla en lo alto, alumbrando toda la sierra, mientras un centenar de personas se ríe con las bromas de Santiago Segura.

* Este artículo se publicó originalmente en el número 106 (agosto 2023) de la revista Plaza

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